Desde hace mucho tiempo, se sabe que las personas que se mantienen activas físicamente a través del deporte, disfrutan de más salud frente a las persona que no practican deporte, presentando este último grupo un mayor número de enfermedades (Malm y col., 2019).

También, está reconocido que el deporte produce múltiples beneficios sobre los órganos que rigen nuestro cuerpo. Hoy sabemos que estos beneficios son extensibles al sistema inmunológico.

Para estudiar los posibles efectos beneficiosos de la actividad física sobre el sistema inmunológico, se han realizado miles de trabajos analizando el efecto de diferentes modalidades e intensidades de actividad física en personas de diferentes edades y circunstancias (Nieman y col., 2019).

La evaluación de la actividad física sobre el sistema inmunológico se suele hacer bajo dos modalidades:

  • Analizando el impacto de la actividad física sobre las defensas comparando las modificaciones que sobre las mismas se producen durante y después de la realización de una determinada tabla de ejercicio.
  • Distinguiendo el sistema inmune en personas que realizan de manera diaria y comparando los resultados con los obtenidos en personas que no realizan deporte alguno.

En ambos casos, el estudio del sistema inmune se suele hacer analizando el número de células inmunocompetentes circulantes, su grado de respuesta tras su activación con nitrógenos, su actividad funcional y los niveles de citocinas y de anticuerpos producidos.

Conclusiones del estudio del sistema inmune

Las conclusiones alcanzadas en dichas publicaciones se resumen en que el ejercicio previene enfermedades fortaleciendo nuestro guardián interior: el sistema inmunológico.

Infecciones y sistema inmune

Desde los trabajos realizados por Nieman (2000), sabemos que las personas que realizan ejercicio moderado y continuo, presentan menor número de infecciones. Esto es debido a que su sistema inmune se encuentra fortalecido.

Hay otro ejemplo que evidencia la importancia de la actividad física apoyando al sistema inmunológico frente a las infecciones: El hecho, ampliamente demostrado, de que el grado de protección de las personas cuando son vacunadas es más eficiente en individuos que realizan ejercicio en comparación con las personas de hábitos sedentarios.

Actividad Física y Tumores

Hoy ya se acepta plenamente que un fortalecimiento del sistema inmune, como consecuencia de la realización de ejercicio, previene la aparición de cánceres.

Además, contribuye apoyando las terapias inmunológicas (inmunoterapias) frente al cáncer. Incluso actúa paliando los efectos colaterales de la quimioterapia y la radioterapia que, como sabemos, producen efectos no deseables de manera colateral.

Actividad Física inmunosenescencia

Se ha podido demostrar que la realización de ejercicio en jóvenes retrasa el proceso de inmunosenescencia. Esto produce beneficios clínicos, tal y como se observa por la reducción de enfermedades infecciosas en esas personas en comparación con aquellas otras que tienen hábitos de vida sedentarios.

Incluso en las personas mayores que realizan deporte tiene también efecto antinflamatorios que hace que el envejecimiento de su sistema inmune no sea tan severo como en las personas con hábitos sedentarios.

¿Cómo beneficia el ejercicio al sistema inmunológico?

El ejercicio posee un efecto beneficioso sobre la salud y, consecuentemente, sobre el sistema inmunológico de las personas que lo practican. Esto se manifiesta por la activación del metabolismo de las grasas, una acción antioxidante y de neutralización del estrés que tanto perjudica al sistema inmune.

Activación del metabolismo

El ejercicio ejerce un fuerte impacto sobre el metabolismo, afectando significativamente al catabolismo de las grasas para obtener la energía tan necesaria para los músculos en movimiento. Por tanto, descienden los niveles de grasa en el cuerpo y mejoran las condiciones de trabajo del sistema inmune, al igual que ocurre con el corazón y otros órganos.

Esta acción frente a la obesidad, evita los efectos pro-inflamatorios que hubiesen sido producidos por las citocinas y leptinas segregadas por los adipocitos de los panículos grasos, ahora desaparecidos como consecuencia de la actividad física.

También se está observando que el aumento de la ingesta de carbohidratos y polifenoles es una estrategia nutricional eficaz para el apoyo inmunológico.

Efecto antioxidante

Es importante destacar que cuando el ejercicio es de tipo moderado, no extenuante, tiene un claro efecto facilitador de la producción de enzimas colaboradoras en los procesos antioxidantes intracelulares del organismo. Este hecho se da especialmente en las células inmunitarias, como neutrófilos y macrófagos.

Es fundamental porque los propios neutrófilos, monocitos y macrófagos son altamente productores de radicales libres, pero que debido a sus efectos tóxicos, dañaría a las propias células que los producen e incluso a otras células inmunes.

Induciendo la liberación de ciertas hormonas

Es cierto que las hormonas, igual que regulan el crecimiento o la reproducción, también actúan modulando las acciones del sistema inmunológico.

Esto se debe a que los órganos más importantes del sistema inmune, como el timo, bazo ganglios linfáticos e incluso las células inmunocompetentes, poseen receptores para una gran cantidad de hormonas.

Los niveles de la adrenalina y hormona de crecimiento (HG), aumentan como consecuencia del ejercicio y, de acuerdo con lo que hoy sabemos, con efectos beneficiosos sobre el sistema inmune.

En términos de la hormona del crecimiento, se estimula la secreción de IL-12. Tiene, entre otras funciones, la de facilitar la activación de células inmunocompetentes al mismo tiempo que actúa protegiendo el proceso de formación de linfocitos T en el timo.

Se ha comprobado la existencia de una relación lineal entre la magnitud del ejercicio y el aumento de los niveles de GH.

Modulando al SNC y neutralizando el estrés psicológico

Desde hace mucho tiempo, se ha intuido la unión funcional entre sistemas nervioso, endocrino e inmune hoy ya plenamente demostrado.

Hoy se sabe que el sistema nervioso central (SNC), influenciado por el ejercicio, desempeña un papel importante en la regulación del sistema inmune bien de manera directa o bien a través de intermediarios hormonales.

Ahora bien, ¿cómo el ejercicio hace descender las hormonas de estrés? No se sabe a ciencia cierta, pero con mucha probabilidad, en ello interviene un aumento de la producción por la glándula pituitaria y por el hipotálamo de endorfinas, también conocidas como hormonas de la felicidad u hormonas de la alegría.

Estas endorfinas, producidas como consecuencia del ejercicio, disminuyen el estrés crónico. Lo hacen al neutralizar los inductores de estrés a nivel cerebral y del hipotálamo, con lo cual se bloquea la secreción de cortisol y adrenalina.

Linfocitos y macrófagos poseen receptores de catecolaminas y glucocorticoides, lo que explica que puedan ser inhibidos por las hormonas de estrés de manera directa y sin otros intermediarios.

De esta forma, la presencia de glucocorticoides en cultivos de macrófagos produce una inhibición de las funciones microbicidas, producción de oxígeno (SRO) y especies reactivas al nitrógeno (NRS).

Activa la expansión de células inmunocompetentes y mejora su función

Un aspecto importante del ejercicio, es el efecto de aumentar el volumen de los capilares y la frecuencia cardíaca. Bombeando más sangre a todo el cuerpo, se propicia la expansión por todo el organismo a través de la sangre y linfa de las células inmunocompetentes.

Este hecho hace que salgan muchas células inmunes de ganglios despegándose de las paredes vasculares (endotelios), donde se encuentran adheridas en situación de reposo.

La nueva dinámica sanguínea y linfática hace que durante la realización de ejercicio moderado se produzca un considerable aumento de la concentración en sangre de células inmunocompetentes.

Por ello, se potencia la acción inmu-vigilante de las células del sistema inmunológico al aumentar su movilidad y, por tanto, tener más fácil acceso a microbios presentes en el torrente sanguíneo o en los tejidos.

Dicho fenómeno ha sido ampliamente demostrado por muchos investigadores de esta ciencia del deporte.

Investigación de Klaurlund et al. (1993)

En el trabajo de Klaurlund et al. (1993), se observa este fenómeno para células NK. Se puede comprobar el comportamiento de las células NK y de linfocitos B.

El estudio se realizó con un protocolo de ejercicio de larga duración (60 minutos). Se llevó a cabo en laboratorio (bicicleta), a una intensidad del 75% del consumo máximo de oxigeno VO2 máx., lo que podemos clasificar como intensidad media-alta.

En concreto, se observa que las células NK aumentan durante la realización de ese ejercicio físico para descender a las 2 horas de su terminación.

Se observa un fenómeno equivalente para los linfocitos B, aunque el aumento de sus niveles es de menor magnitud que las NK.

También, se ha descrito que estas células inmunocompetentes son más sensibles, aumentando sus capacidades secretoras de linfocinas (linfocitos T colaboradores), produciendo más anticuerpos (linfocitos B), aumentando su capacidad citotóxicas (linfocitos T citotóxicos y  células NK) y facilitando la fagocítica (macrófagos y neutrófilos).

Investigación de Nieman et al. (2008)

De igual manera ha sido demostrado por Nieman (Nieman et al, 2008) en estudios llevados a cabo en hombres y mujeres senescentes que han realizado ejercicio moderado durante 6 meses (3 sesiones de 45 min a la semana).

Se muestra una mejoría significativa de la funcionalidad de linfocitos y células NK.

La citotoxicidad por parte de linfocito T citotóxicos aumenta de forma significativa, inmediatamente después del inicio ejercicio.

Durante el proceso de recuperación, se observa un descenso progresivo de dicho porcentaje hasta niveles inferiores al reposo. Antes de los 20 minutos de duración de la prueba y observándose como a partir de los 30 minutos comienza una progresiva recuperación de los niveles mínimos alcanzados, sin llegar a recuperar a los 60 minutos los niveles iniciales.

Esta citotoxicidad, dependiente de células NK, sigue la misma dinámica: Aumenta inmediatamente después del inicio del ejercicio para después disminuir tras el mismo.

En cuanto a la capacidad fagocítica por neutrófilos, monocitos y macrófagos, también aumenta durante el ejercicio y en las horas posteriores al mismo. Esto hace que estas células produzcan importantes cantidades de IL-6 con función antiinflamatoria, al no ir asociada a la secreción de IL-1 ni TNF alfa. En la sepsis no ocurre igual porque la IL-6 va acompañada de altos niveles de IL-1 y TNF- alfa.

Además, la IL-6 interviene activando la producción de inmunoglobulinas al facilitar la diferenciación de linfocitos B. Esto explica el aumento de Ig A antes mencionado, que se produce durante el ejercicio y que incluso se mantiene durante semanas después de terminado el mimo.

También, durante el ejercicio moderado, esta citocina es secretada por el músculo, probablemente por linfocitos y macrofágicos existentes en el mismo y que se activan como consecuencia del proceso de contracción muscular.

La inmunoglobulina de tipo Ig A también aumenta con el ejercicio tanto en la sangre como en mucosas, lo que es indicativo de una mayor capacidad funcional de los linfocitos B y de las células plasmáticas derivadas de los mismos.

Resumen de la incidencia del deporte en el sistema inmunológico

El ejercicio de mediana intensidad practicado de manera regular fortalece al sistema inmunológico por partida doble.

Por un lado, actúa directamente sobre las células inmunocompetentes a través de intermediarios químicos (hormonas, citocinas, etc.) y también facilitando que la circulación sanguínea lleve estas por todo el organismo.

Por otro, el sistema inmune se beneficia de las mejores condiciones de salud creadas como consecuencia de la actividad física realizada (disminución del grado de estrés psicológicos, control de la obesidad, etc.) al igual que lo hace el corazón y otros órganos.

Este fortalecimiento del sistema inmune nos protege frente a infecciones, tumores, evitando muchas enfermedades crónicas y retrasando su envejecimiento en los mayores.

En definitiva, podemos decir que el ejercicio físico moderado beneficia y fortalece al sistema inmune en todas las edades, pero especialmente en las personas jóvenes y en los mayores:

  • En jóvenes, no sólo por los beneficios que produce al organismo, sino también porque evita los perjuicios de la obesidad que tan peligrosamente se está extendiendo entre la juventud. Este hecho afecta, sin duda, negativamente a todas las funciones del organismo, incluidas las del sistema inmunológico.
  • En personas mayores, al ser más vulnerables a infecciones, su beneficio es evidente, protegiéndolos de dichos males, sobre todo cuando son de tipo viral. De ahí que se diga que «el ejercicio es una de las mejores medicinas para las personas mayores”, debido a su capacidad de fortalecer las defensas, en muchos casos gastadas y deterioradas por la edad.

Referencias

  • Physical Activity and Sports—Real Health Benefits: A Review with Insight into the Public Health of Sweden; Christer Malm, Johan Jakobsson, and Andreas Isaksson; Sport

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